No es ella la que yace sobre la piedra
entre hedores a humedades y ron.
Dioses de cartón la profanaron
en templos clandestinos.
El escarnio la envuelve en un manto de polvo
Busca en su mente acuosa
imágenes de aquella otra que era .
Intenta algún atajo y el resplandor de sol
le lacera los ojos.
Se acumula la sal en la piel sometida
y una escarcha extranjera
le clausura la boca.
Y se inmola,
ante una congregación de jueces inventados,
en un cáliz de sangre.
Julia Cerles