La vastedad del campo
era un océano de color y sonidos.
Parecía replegarse
con las primeras sombras del crepúsculo.
Un sol anaranjado orlaba
la húmeda oscuridad de los árboles
y la fragancia profunda de los pinos encumbraba
el dulce trino azul de tu garganta.
El verso nacarado fluía en tu voz,
como agua mansa.
Todo giró de pronto. Se esfumaron
sonidos y colores. Se detuvo la brisa.
Sólo tu voz, tu forma, tu textura
hacían el paisaje.
Anclados a la orilla de tu risa
mis labios demoraronsé en tu savia
y una estrella sin rumbo anduvo errante
celosa de mi amor y de tu magia.
Julia Cerles